Benito Pérez Galdós i els caveros

Galdós és l’escriptor realista espanyol més important del segle XIX, autor de novel·les universals com Fortunata y Jacinta, Misericordia, la Fontana de Oro, etc. També va escriure els famosos Episodios Nacionales. Un d’aquells episodis, pertanyent a la quarta sèrie, es titula “Carlos VI en la Ràpita”. La novel·la se situa a l’any 1860, en el moment en què el Capità General de les Illes Balears, Jaime Ortega, intenta, al davant de 3000 homes, desembarcar a la Ràpita i ocupar el país, fent fora a la reina Isabel II i imposant al carlí Carlos VI. La cosa acabaria molt malament perquè els soldats, quan es van adonar d’on els portaven, es van revoltar, i Ortega i el pretendent Carles van haver de fugir. Tots dos van acabar sent detinguts. El general va ser afusellat a Tortosa, i Carlos VI obligat a renunciar definitivament a les seues pretensions.

El nostre protagonista, Juan Santiuste, enmig de tot este enrenou, intenta fugir de la zona perquè tem la revenja d’un dels caps carlins de la comarca que donen suport a l’intent de revolta- l’arxipreste d’Ulldecona, don Juanón- al que, per acabar-ho d’embolicar, li ha pres l’amant. Santiuste ha baixat de Tortosa a Amposta pel riu i allí espera amb la seua estimada fins que acabin de preparar un vaixell a la Ràpita per fugir cap a Cartagena. Seleccionem algun fragment en els que Galdós descriu el Delta:

Medianamente instalados en Amposta, aguardábamos tranquilamente el día del embarque. Me encantaban, en aquella antesala del delta del Ebro, la amplitud de horizontes, el aire salino, la frescura que enviaba el mar con vigoroso resuello. El terreno bajo, palustre nos ofrecía por el lado del Naciente la extensa marisma, hibridación pintoresca de la tierra y las aguas…Al ser de día, el paisaje anfibio que en la noche de nuestra llegada apreciamos vagamente a luz ensoñadora de la luna, se nos reveló en toda su grandeza, no ya iluminado de plata, sino de oro. Al sol, la marisma era más risueña, más rica de color, más hirviente de vidas zoológicas, más reveladora de lo  infinito.”

Un día, mentre espera que el vaixell estigue preparat, decideix baixar amb uns amics a caçar a les basses del Delta i apareixen els caveros:

“Salimos con varios amigos caberos, que así llaman a los habitantes de aquellos partidos pantanosos, y nos fuimos al de la Enveja, río abajo, por la derecha orilla. Toda la tarde estuvimos en la persecución de los pobres patos: fui yo más afortunado en mis tiros que el Castrense – don Jesús, un dels seus acompanyants-; y éste, picado del amor propio, se marchó con dos caberos muy prácticos hacia la parte más intrincada de la marisma, donde los carrizos y cañas forman un espeso matorral, en muchos sitios inaccesible. 

Oímos tiros de nuestros compañeros; pero tan de tarde en tarde, que seguramente no hacían cosa de provecho. De pronto, el lejano tiroteo arreció, y tan repetidos fueron los disparos que nos alarmamos. Ya la curiosidad y el temor nos llevaba hacia allá, cuando vimos venir a don Jesús despavorido, y a los dos caberos detrás gritando como energúmenos…¿Qué pasaba? Pues que por aquella espesura andaba un grupo de cazadores intrusos –una partida carlina- que más bien parecían bandidos. Después de insultar a nuestros amigos, les habían hecho fuego. Gracias que de milagro no les tocó ninguna bala…Fui del parecer que debíamos escarmentar a los intrusos; más un cabero me atajó el paso, diciéndome:

-No vaya, don Juan, que son gente mala, tiradores de primera…

Vi que a una distancia como de cien pasos se agitaban las cañas… y entre ellas aparecieron hombres hollando con pisadas de paquidermo la lozana vegetación. Uno, más insolente que sus compañeros, saltó de los cañaverales como furioso jabalí, y en dirección de acá lanzó amenazas o burlas que no entendimos. Cuando yo le apuntaba, el cabero me gritó:

-Quieto, quieto, que es el Arcipreste.

-Aunque sea el Obispo- repliqué con la obstinación que me daba la conciencia del peligroso trance. Los caberos se abalanzaron a mí, parándome los movimientos, y don Jesús me dijo:

-Si no le hostigamos, no nos embestirá. Así es el león, así el jabalí, como no le hagan fuego, pasa tranquilo…

Miré al hombre, que a distancia se mantenía en un claro del ondulante bosque de cañas: sus facciones no pude distinguir; más por el aire y la estatura me pareció, en efecto, don Juanondón. Le vi alzar y agitar los brazos, que se me figuraban aspas de molino, y claramente llegaron a mi oído estas voces:

-¡Eh!…Santiuste…, aquí estoy. ¿No me conoces?…Yo a ti te conozco…Hasta luego, hijo…Ya nos veremos.

Los penachos de las cañas oscilaron de nuevo, y desapareció la figura…

Las grandes superficies de agua conducen muy bien el sonido. Prestando atención e imponiéndonos silencio, oíamos salpicar en el espacio sílabas de palabra humana, que se confundían con el lenguaje de las aves de la marisma. Era la conversación del Arcipreste y los suyos alejándose por los fangales de l’Enveja, al través de carrizos, charcos, salinas y espesuras de eneas y barrillas. Un cabero, que era como cabo de nuestra parrida, apodado El Topo, me dijo:

-Van a los altos del Montsià, donde duermen. Todo el día andan por aquí de caza y pesca…No se puede con ellos: dondequiera que van, se hacen los amos.

Como yo le indicara que la Guardia Civil podía bajarles los humos, El Topo, con grave acento semejante al que usan los políticos, me contestó:

-Nosotros los caberos no nos pondremos nunca de parte de los que dañen a don Juan, porque don Juan es bueno, aunque cabecilla, y socorre a los pobres de la Enveja y de la Caba, de Camarles y de Campredó, sin distinguir carlinos de isabelinos, ni absolutos de liberalos”.

Com podem veure, els caveros, malgrat ser lliberals en la seua gran majoria, mantenien un cert respecte per este cap carlí perquè ajudava els pobres sense tenir en compte el bàndol al que pertanyien. L’adscripció dels caveros a la causa lliberal es va reforçar encara més a partir del desastre de l’agost de 1837, a la Primera Guerra Carlina. Una columna de carlins va envair el poble i va detenir a seixanta veïns, set dels quals van ser afusellats immediatament. Els altres se’ls van emportar a Penyíscola i allí en van afusellar vuit més. La resta van poder tornar al poble en acabar la guerra, després de molts patiments.

Estes pàgines me les va passar en fotocòpies Josep Bonet Ventura, fa molts anys. No tinc ni idea de com van fer cap a les seues mans, però no em va sorprendre perquè sé que ell és un lector incansable. Al principi, no entenia gaire de què anava la cosa, però després ho vaig poder contextualitzar. Vaig aconseguir el llibre i moltes coses que no acabava de lligar van encaixar. Gràcies a la seua sagacitat, avui podem compartir estos fragments com a curiositat del tot inesperada.

 © Jordi Gilabert Tomàs

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